Silent Hill

Me acuerdo del día que me quedé en bancrrota al decidir invertir mis escasos ahorros en un juego de la PsOne llamado Silent Hill. Era una de esas tiendas impersonales de electrodomésticos que aprovechan para vender de todo (no preguntes al dependiente de juegos porque se encogerá de hombros). Me llamó la atención que el juego estuviese ambientado en un pueblo al más puro estilo Stephen King. Todo desierto, nadie sabe qué pasa y estás en medio de algo que, por momentos, ahonda más en la pesadilla. "Madre mía", me decía yo, "todo esto en un juego". Ni Resident Evil había colmado ese morbo de creerte el protagonista de una peli de terror. Y a fe mía que pasé miedo.

Mucho ha llovido desde entonces (otras tres entregas del juego para la PS2), y ahora nos llega la versión cinematográfica de la saga (bueno, ahora, lo que es ahora... no). Muchos dicen que es la película de terror más lograda de los últimos tiempo, y es que la estética que han logrado sus artífices es magistral. Escenarios verdaderamente espeluznantes y escaloriantes, un pueblo recreado hasta el más mínimo detalle y lleno de guiños a los juegos. Un mal que acecha que no te deja respirar y unos personajes que a veces dejan sentir su aliento en tu nuca.

Lo malo es que yo no pasé miedo. No, no me las doy de chulo. El caso es que uno está tan imbuido en la estética y trama de Silent Hill que se limita a ver "qué será lo siguiente" como un crío con juguete nuevo. Siento que me he dejado por el camino lo esencial, que es pasar miedo, pero me he divertido horrores. Si alguien no la ha visto todavía, que la vea y, si es posible, que juegue después. Así, quizá flipe menos con el grandísimo homenaje que hace la película al juego, pero a buen seguro las pasará canutas agarrado a los brazos de la butaca.