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Opinión

Be a pro!


Como practicante de una de las profesiones más antiguas de la humanidad, hoy me he sentido impelido a opinar sobre un artículo de opinión de mi amigo Jesús que habla sobre la profesionalidad en el ámbito de los juegos de rol. No pretendo tampoco sentar cátedra, pero sí aportar una perspectiva que me ha dado la experiencia de algunos años ejerciendo la traducción y el haber estado en contacto con profesionales de muchos de los ámbitos que han concurrido en mi entorno profesional.

En el rol el intrusismo profesional está a la orden del día por la propia composición de su mercado y su tejido productivo. Me parece erróneo considerar que las editoriales por ser tales aporten un enfoque profesional per se, más que nada porque todas han partido como iniciativa casi personal y algunas se han ido profesionalizando a base de experiencia. Con todo, ni mucho menos puede decirse que un sello editorial es sinónimo automático de profesionalidad en el fondo y en las formas. Y a algunos hechos obvios y visibles, al alcance de todos, me remito.

Como profesional de la traducción y amante de mi afición, siempre me ha dolido que en este ámbito no sea moneda común el ejercicio profesional tal como se da en el mundo editorial "normal", por así llamarlo. Por mucho que nos las demos de áureos, no podemos pagar el caché de un traductor profesional y nos sale más barato endosar el encargo al primo de un amigo que chapurrea inglés o sabe mucho de un trabajo, porque lo que cobra él y el revisor que luego ha de enmendarle la plana siempre será más económico que tener a un traductor de verdad. Y esto me lleva a la primera faceta del profesional: en la medida de sus posibilidades, no solo ha de cobrar por un servicio (que eso lo puede hacer, y lo hace de hecho, cualquiera), sino que ha de intentar vivir de él.

Luego está el que un coordinador conozca a un tipo en un club nocturno, del que no conoce ni su filia ni su fobia, y le endosa un encargo vital solo porque dice saber inglés. Ese coordinador luego se escandaliza porque le ha salido rana el aspirante a freelance y se encuentra con que no le va a entregar lo que ha traducido porque, simplemente, no le sale de tu toto moreno. Esto me lleva al segundo punto: el profesional ha de saber elegir a sus colaboradores y sus clientes, y sobre todo ha de ejercer conforme a unas normas éticas muchas veces tácitas, que deberían impedir despertarte mojado por haberte dormido con críos.

Hay buenos y malos profesionales, como en todas partes, pero para eso están los criterios de selección, las pruebas ad hoc y las evaluaciones posteriores al encargo. Los malos deben pagar sus carencias con peregrinaciones por el desierto y meditar si quieren permanecer en el exilio o esforzarse para seguir en la brecha. El profesional busca mejorar, actualizarse y perseverar. Aprende de los errores y de las peregrinaciones por el desierto. Sé de lo que hablo porque en tiempos fui un mal profesional. Y una vez sabido esto, si el cliente insiste en optar por malos profesionales o pseudoprofesionales, excusándose después por su mala condición, el problema lo tiene él, sea editor, autoeditor o empresario del ramo del ocio. Es tarea de todo sector fomentar y premiar la excelencia para que el tejido al completo se beneficie de los talentos y mande al cuarto de pensar a los que no se esfuerzan. Pero perdurar en la letanía de que cualquiera puede ser profesional siempre que suene la campana del resultado aceptable me resulta sumamente ofensivo.

Formación. Es clave para que un profesional sea tildado de tal. A mí me ha costado años de estudio, práctica y desengaños como para reír las gracias a los que pretenden justificar que la banalización de un oficio para justificar sus propias limitaciones y las de su entorno inmediato. Me jode, sí, que se le adjudique el mismo peso a quien ejerce por hobby por ser amigo, barato o seguidista, que a mí, que me he formado y procuro ser escrupuloso en mi trabajo por mi bien y el del cliente que me da de comer. Un cliente que no valora su propia actividad hasta el punto de elevar al advenedizo a categoría de profesional solo porque cobre no merece mi consideración.

El profesional no es un curandero o un homeópata con suerte (si no, que te cure el cáncer cuando te llegue), ni el oportunista que da con la fórmula final por casualidad, ni el afortunado que tiene la suerte de que el trabajo le quede resultón. El profesional es un practicante cualificado, serio y cumplidor del que se debe esperar siempre el mejor resultado posible mediante un proceso de trabajo establecido y correcto. A mí me enseñaron que en matemáticas es más importante el razonamiento de un resultado que el propio resultado porque podemos acertar hasta por error, y el error nunca puede ser un criterio de calidad. Pues con las profesiones tres cuartas partes de lo mismo.

Así que admitamos de una puñetera vez que la realidad es mucho más amplia y compleja que lo que aprehendemos en nuestro círculo cerrado y que no se puede torturar la realidad objetiva hasta conseguir que justifique nuestras carencias o esperanzas inalcanzables subjetivas. Eso es lo que más me toca la moral, porque por el camino nos quedamos los que tratamos de vivir de nuestra profesión, habilidad en cierto campo y formación y desarrollo de la misma, y quisiéramos aportar a la afición que respetamos demasiado como para zaradeársela al primero que llega por la esquina con una sonrisa y poco más que ofrecer.

Sector, quiérete un poco más y no trates de justificar tus carencias elevándolas a norma, demonios, y así a lo mejor entramos de verdad en la edad dorada de marras.
Be a pro! Reviewed by Omar El Kashef on 12:08 Rating: 5

1 comentario:

Tremandur dijo...

Totalmente de acuerdo. Poco más puedo añdir (igual mas tarde en G+ jejeje)

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