El espía
El cine y la tele nos tienen acostumbrados a un mundo del espionaje hipervitaminado, lleno de acción y momentos espectaculares que, nos guste más o menos, nada tiene que ver con la realidad. Los espías reales se parecen mucho a nosotros, se nos parecen, hablan nuestro idioma y, si son buenos, te quedarías anonadado si te dijeran que se dedican a una de las profesiones más antiguas del mundo. A mí me ha pasado, creédme.
Pues de esto va El espía, uno de los estrenos recientes de Netflix, protagonizado por un muy serio y solvente Sacha Baron Cohen, que interpreta a otro Cohen, esta vez de nombre Eli, un egipcio judío emigrado a Israel en la década de los 60 que no acaba de encontrar su sitio en la sociedad israelí precisamente por su procedencia árabe. Pero en plena preguerra con la vecina Siria, este hecho resultará de lo más decisivo para que Eli acabe trabajando para el Mossad e infiltrándose entre la flor y nata de la sociedad siria del momento. Israel necesitaba tener ojos y oídos sobre el terreno en un momento clave de su historia. Me explico: por aquel entonces, su red de espionaje estaba en pañales y no existían las tecnologías actuales para robar información al enemigo. Todo se basaba en métodos tan rudimentarios como las grabadoras o los mensajes en morse. También era un momento de clara escalada de la tensión en la región, con bombardeos diarios desde los Altos del Golán, por entonces territorio sirio.
Que no se me olvide que esta serie está basada en una historia real, de modo que servíos vosotros mismos para destriparos el final a base de Wikipedia.
Así y todo, Eli Cohen acaba siendo captado por el Mossad y supera un duro entrenamiento a contrarreloj para aprender a hablar árabe con acento sirio, reconocer material sensible del que informar (como armamento y tecnología) o transmitir por telégrafo a gran velocidad. Pero su decidido patriotismo tendrá un precio: guardar un escrupuloso secreto de su doble vida a su mujer, llegando hasta el punto de pasar años fuera de casa aduciendo que viaja por negocios. Y es que Eli Cohen abrazará de tal manera su personalidad falsa, Kemal Amin Thabed, que llegará un momento que no sabrá muy bien quién es en realidad. De esto va la serie.
En El espía debemos destacar el enorme esfuerzo de ambientación para que la acción que nos lleva a la década de los 60 sea creíble, desde el vestuario hasta el mobiliario, pasando por los vehículos y los clichés de la época. Recomiendo ver esta serie en versión original, ya que los acentos de los actores, la mayoría de ellos de ascendencia árabe, son inmersivos como poco, especialmente el de Sacha Baron, que entra en su papel como cuchillo en la mantequilla.
El ritmo es otro de los puntos fuertes de esta serie. Francamente no aburre a lo largo de sus 6 capítulos de cerca de 50 minutos, merced a la tensión siempre presente en el día a día del protagonista, desde sus peripecias para crear una identidad creíble a ojos del Régimen sirio, hasta sus denodados esfuerzos por ir siempre un paso más allá recabando información, hasta el punto de rozar ser descubierto en más de una ocasión. Los momentos adrenalínicos están solapados con el drama personal de Eli Cohen, no solo de cara a su familia en Israel, sino afrontando hechos y situaciones que helarían la sangre a más de uno, pero aguantando el tipo, muchas veces gracias a puras coincidencias y casualidades. La lección que sacamos de este breve manual visual del espionaje clásico es que un buen espía no es el que sabe matar o hacer increíbles llaves marciales, sino el que sabe tejer redes sociales a su alrededor y sonsacar la información con zalamerías, exhibicionismo o puro desparpajo personal, por poner algunos ejemplos.
Francamente, la única pega que le he visto a la serie es que se hace corta y me temo que será autoconclusiva, a menos que opten por una nueva temporada con una trama y personajes completamente distintos. No la perdáis de vista.
El espía
Reviewed by Omar El Kashef
on
19:52
Rating:
Comenta desde Blogger o Facebook
No hay comentarios:
Publicar un comentario