Un día de orgullo para todos

Siempre había pensado que eso de las fiestas multitudinarias con desfile o cabalgata era cosa de pueblos con tradiciones más arraigadas y censos más pequeños. Siempre había pensado que en una caótica metrópoli de cuatro millones de habitantes eso de "la fiesta roma la calle" era un sueño imposible. Hasta hace un par de días. Era uno de esos días agradables de principios de veranos, donde el calor ya se hace sentir, pero la brisa acompaña, invitando a aligerarse de ropa y tomar bebidas frescas. Ya había oído yo hablar del día del orgullo gay, pero nunca me había asomado al mismo. Este año, con eso de que Madrid iba a ser la capital europea del movimiento gay, y arrastrado por mi novia, que se apunta a un bombardeo, me animé a tomar mi particular porción de calle. Ni San Isidro, ni Semana Santa... Fue el día festivo más multitudinario y donde más buen rollo he respirado desde hace mucho tiempo. Nunca he tenido nada contra los homosexuales y siempre he simpatizado con su justa lucha de igualdad social, pero desde ese día simpatizo más si cabe con ellos. Su fiesta debería ser la de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que quieren disfrutar de la vida sin molestar al de al lado. Deshinibición, libertad, picardía, tolerancia y muchas más cosas era lo que se saboreaba por las calles de Madrid, desde la Puerta de Alcalá, hasta la Plaza de España. envueltos en una mezcolanza de músicas electrónicas, muchas ellas emblemáticas de estos orgullosos de la pluma y el plumón.

Siendo hetero, disfruté como el que más, soñando con que todos los días fuesen igual de desenfadados en una capital que se deja engullir por el estrés. La música, el comentario jocoso, la bebida y el calor con un toque de pícaro humor: la receta para un paréntesis multicolor que las calles madrileñas ya iban mereciendo después de tanta exigencia rancia de los que no soportan la idea de que lo ajeno pueda ser tan bueno como lo propio.

Ese día yo me sentí también orgulloso de compartir con sus protagonistas la misma libertad de espíritu y de respeto siempre tan necesarios para que una civilización sea tal. No puedo negar que envidié que no existiese un día del orgullo hetero, donde poder montarme en una carroza con mi novia y morrearme con ella mientras bebemos y bailamos con la música. Me equivoco... lo ideal sería tomar las calles una vez al año en nombre del orgullo del sentido común, donde no hicieran falta declaraciones explícitas de la sexualidad de uno para estar callado el resto del año.

El día que no debamos reivindicar lo que es de cajón, nuestra sociedad se habrá curado (eso sí, no por ello deberemos dejar de tomar la calle para convertirla en nuestra discoteca al aire libre, que no veas lo que se disfruta cuando toda una ciudad, tan grande como Madrid, comparte el mismo chip durante todo un día).