'Mi semana con Marilyn'. La tentación vivía en otra parte

“No quiero que me vendan en el celuloide como un afrodisíaco”. 

En 1956, la obsesión de Marilyn por ser considerada una actriz y no un símbolo sexual  la lleva a fundar la “Marilyn Monroe Productions, Inc.”.  Se reúne con Laurence Olivier para llevar a la gran pantalla la obra de teatro “The Sleeping Prince”, en la que Olivier interpreta a un príncipe europeo que viaja a Londres como invitado a la coronación del rey Jorge V. El príncipe acude una noche a una función musical en “The Coconut Girl”, donde  se encapricha de la corista Elsie Marina (Monroe).  Durante el rodaje, Marilyn conoce a Colin Clark, un joven de 23 años cuya pasión por el cine le lleva a conseguir el trabajo de tercer ayudante de dirección en la película. Colin será lo más parecido a un ángel de la guarda que Marilyn tendrá en toda su vida.

Pero Olivier ya tenía su propia opinión sobre Marilyn: “Es idiota, inculta y está obsesionada consigo misma”.  La actriz lo sabe: “Se acercaba a mí como si hubiese olfateado un montón de pescado muerto”. Pero la carrera de Olivier no vive su mejor momento, y Marilyn está deseosa de ser considerada una actriz seria. La película es una gran oportunidad para ambos, y están condenados a soportarse.

La inseguridad y el terror a no saber transmitir la esencia de su personaje la llevan a utilizar sus ardides habituales para no interpretar su papel: retrasos, drogas, ausencias…

A través de los ojos de Clark se advierte la inestabilidad emocional de Marilyn. Aunque es precisamente la relación entre ambos, primer impulso de la película, lo que queda en segundo plano según nos presentan al resto de personajes: Milton Greene (Dominic Cooper), fotógrafo de Marilyn y socio de la “Marilyn Monroe Productions”, consideraba a la actriz su gallina de los huevos de oro y casi una posesión más; Paula Strasberg (Zoë Wanamaker), profesora de interpretación que acompañó a Marilyn durante todo el rodaje, regalándole el oído como único método para salvar su inseguridad; Sybil Thorndike (Judi Dench), actriz de la época que intenta mediar entre Monroe y Olivier.

Ésta es la premisa de “Mi semana con Marilyn”, que pretende mostrarnos la cara oculta de la actriz, sus pasiones, miedos e inseguridades. Sin embargo, el guion se empeña en mostrarnos una Marilyn más drogada que inocente y atormentada  y un Laurence Olivier, fantásticamente interpretado por Kenneth Branagh, más tolerante de lo que en realidad fue. La interpretación de Michelle Williams resulta a ratos insulsa si tenemos en cuenta que durante el rodaje Anna Freud diagnosticó a Marilyn “inestabilidad emocional, miedo a la soledad y paranoia con impulsos esquizofrénicos”. Marilyn mostraba su atractivo y sensualidad de forma consciente en todas sus apariciones en público a través de sólo sus gestos y su mirada, cosa que Williams consigue sólo a medias. La interpetación de Eddie Redmayne (Colin Clark) es justo la del joven atolondrado que se espera, ni más ni menos, prácticamente inocua. La más sorprendente es sin duda la de Kenneth Branagh, que aporta la fuerza que tanto se echa de menos en el resto del elenco. Tuve la oportunidad de verla en versión original y merece la pena por el esfuerzo que tanto Williams como Branagh han realizado para que sus voces recuerden al susurro de Marilyn y al acento europeo de Olivier en su papel de príncipe.

Sin embargo, a pesar de todas sus virtudes no deja de ser una película correcta que intenta acercarse a la realidad de la actriz apenas rozándola. Quizá no es culpa de la película, sino de la complejidad emocional de Marilyn y la fuerza del mito en que se ha convertido, incapaz de ser mostrados en hora y media de metraje. Probablemente la satisfacción de quienes no conozcan las bambalinas de su vida sea mayor tras ver la película la mía al salir del cine.