Mercancía dañada
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Hoy quiero delatar un fenómeno del que empiezo a ser consciente a medida que hablo largo y tendido con la gente del mundillo rolero, pero la que hay entre bambalinas. Ya sabíamos que el mundillo es una cosa pequeña, y que somos muchos los señores de la colina que poblamos estos diminutos y ridículos reinos de taifas, pero algo cada vez más recurrente es la actitud que voy atisbando según asomo el cuezo desde la barrera.
Da igual que sean grande o pequeños, aspirantes a editor o multinacionales asentadas, lo cierto es que no son pocos (y dos ya me parecerían demasiados) los que van dejando a su paso un reguero de mal cuerpo y resentimiento. Me refiero a las actitudes puramente laborales. También sabemos que este mundillo difícilmente va a ser de los que generan empleo estable, del de contrato indefinido y sueldo decente, no porque no quiera, sino porque en la mayoría de los casos no puede. Esto nos aboca a la figura del autónomo, el colaborador ocasional, que es otra forma de intentar agarrar la sartén por el hierro candente, ya que el mango es corto y tiene demasiados propietarios.
Es muy español eso de confundir la jefatura, el liderazgo, con el despotismo, y más con una condición de trabajo tan frágil como es la del profesional por cuenta propia. Los encargos draconianos, los cambios de última hora, el llevar al profesional hasta las cuerdas por cuatro perras, muchas veces, a sabiendas o no, en un contexto de necesidad, están más a la orden del día de lo que pensaba y eso me inquieta. Me preocupa porque, como dije una vez, me gustan mis aficiones y aspiro a que se sustenten en una mínima dignidad. Pero también me inquieta porque yo podría ser uno de esos profesionales que, por culpa del ego desmedido o del más puro desconocimiento, acaban siendo mercancía dañada.
Dinero impagado, actitudes personales ridículamente despóticas y una casi absoluta falta de empatía son algunas de las lacras que pueden marcar a un ilustrador, maquetador, traductor o desarrollador de juego. Luego pasa lo que pasa: que se produce esta especie de omertà siciliana de andar por casa mientras unos y otros ponen la mejor de sus caras en lo que considero el monumento máximo a la estéril hipocresía. Y lo más jodido de todo es que, si quieres empezar como emprendedor en este mercadillo, tendrás que rascar en ese monumento y encontrarte con más de una sorpresa: profesionales que ya no se fían ni de su madre, que te imponen unas tarifas y unas condiciones de autoría tan abusivas como las de sus primeros patrones, intentos, en suma, de resarcirse de alguna manera, de pagarla con el que viene después a falta de medios para devolverle el "favor" al que nos quiso tomar por el pito del sereno.
Es una pena, pero el mal que puedan hacer algunos al final se acumula y da pie a actitudes no menos censurables de cara a los posibles emprendedores que vengan después. Y al final lo único que queda es tirar de confianza, de conocidos, de amigos de amigos... de endogamia. Y vuelta a empezar, a la casilla de inicio, como la oca, acomodados en esta caverna de la que parece que el rol español insiste en permanecer. Todo, creo yo, sería mucho más sencillo si la información y el conocimiento circulasen de forma más fluida, lejos de pequeños conciliábulos y conversaciones de Whatsapp a altas horas de la madrugada, de modo que lo elemental dejase de tener pátina de hermético en el sentido más ocultista de la palabra. Pero bueno, quién soy yo para tratar siquiera de menear un poco ese feo monumento escarchado. Al menos, dicho queda.
Mercancía dañada
Reviewed by Omar El Kashef
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11:00
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